lunes, 10 de enero de 2011

Jesús comparte un texto de La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset

Según he dicho, lo esencial para que exista "plenitud de los tiempos" es que un deseo antiguo, el cual venía arrastrándose anheloso y querulante durante siglos, por fin un día quede satisfecho. Y, en efecto, esos tiempos plenos son tiempos satisfechos de si mismos; a veces, como en el siglo XIX, archisatisfechos. Pero ahora caemos en la cuenta de que esos siglos tan satisfechos, tan logrados, están muertos por dentro. La auténtica plenitud vital no consiste en la satisfacción, en el logro, en la arribada. Ya decía Cervantes que "el camino es siempre mejor que la posada". Un tiempo que ha satisfecho su deseo, su ideal, es que ya no desea nada más, que se ha secado la fontana de desear. Es decir, que la famosa plenitud es en realidad una conclusión. Hay siglos que por no saber renovar sus deseos mueren de satisfacción, como muere el zángano afortunado después del vuelo nupcial.

De aquí el dato sorprendente de que esas etapas de llamada plenitud hayan sentido siempre en el poso de si mismas una pecualirísima tristeza.

El deseo tan lentamente gestado, y que en el siglo XIX parece al cabo realizarse, es lo que, resumiendo, se denominó a si mismo "cultura moderna". Ya el nombre es inquietante: ¡que un tiempo se llame a si mismo moderno. es decir último, definitivo, frente al cual todos los demás son puros pretéritos, modestas preparaciones y aspiraciones hacia él! ¡Saetas sin brío que fallan el blanco!"

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